domingo, 23 de octubre de 2016

Dos ex conscriptos declararon en el juicio por sus compañeros desaparecidos

Recuerdos de una colimba de terror

El juicio es por seis ex conscriptos del Colegio Militar. Tres de ellos siguen desaparecidos. Un testigo contó cómo los hacían participar de los grupos de tareas.

 Por Alejandra Dandan


“Si bien ellos nos decían: ‘¡cuando vea algo, tire directamente!’, el rezo de uno fue nunca tener un acontecimiento así”. Así recordó Osvaldo Gabriel Radice ante el Tribunal Oral Federal 1 de San Martín parte de sus noches de colimba en la patrulla de la Compañía de Seguridad del Colegio Militar de la Nación, una institución que comienza a aparecer en los juicios de Campo de Mayo como espacio de secuestro y de torturas, pero también como andamiaje de los Grupos de Tareas. Radice hizo el servicio militar entre febrero y diciembre de 1976. Declaró por primera vez en 1983, en un expediente que buscaba pistas sobre la desaparición del soldado Luis Pablo Steimberg, militante del PC, que hacía el servicio militar en el Colegio Militar y por cuya investigación fue procesado Reynaldo Bignone en 1984, luego de salir indemne del Juicio a las Juntas y antes de los años de impunidad.

Radice habló de las noches de patrullaje en las calles del conurbano y los turnos de tres horas arriba de un camión. En línea con los aportes que hicieron los colimbas en la instrucción de la causa, describió el modo en el que los conscriptos fueron integrados en Grupos de Tareas o Fuerzas de Tareas avocadas a lo que sus superiores llamaron “lucha contra la subversión”. “Nos dijeron que se creaban con el objeto de buscar subversivos”. O, como dijo en 1983, según le recordó uno de los fiscales, como una “sección antiguerrillera”.

A unos metros, en esa misma sala, lo observó uno de los antiguos oficiales del Colegio Militar. El entonces Teniente Primero Alberto Federico Torres, detenido en Marcos Paz, llegó temprano con traje impecable y un par de anteojos. Permaneció sentado al lado de su abogada. Poco más atrás, varias mujeres ocuparon el espacio destinado a familias de los acusados. Ese sitio, históricamente casi vacío, comenzó a poblarse en las audiencias de este último juicio. Una mujer de pelo muy corto y anteojos llegó con un anillo de rosario. Se lo sacó. Y lo hizo correr entre los dedos con avemarías que nadie escuchó. Una vecina arremetió con un rosario que hasta entonces tenía colgado.

Familiares, amigos y militantes de las organizaciones de derechos humanos de la zona norte de la provincia de Buenos Aires comenzaron a notar la presencia de los rezos en las audiencias. En una ocasión, creyeron ver incluso hasta agua bendita caer sobre una bandera en homenaje de los desaparecidos. Por eso invitaron a un sacerdote de la Opción por los Pobres. El padre Jorge Marenco de Nuestra Señora Carupa de Tigre ocupó una de las primeras sillas con su plástico blanco bien expuesto en las partes más altas del cuello para mostrar, en este caso, la presencia de una bendición para las víctimas.

“¿Les hablaban de la lucha contra la subversión?”, preguntó el abogado Pablo Llonto al testigo. “Eso era sobre lo que arengaba el jefe de la agrupación de las tres compañías, Rodolfo Guillermo Ríos (que ya falleció), cada vez que reunía a las tropas en medio del patio. Nos decía que venían tiempos difíciles, que teníamos que tener los ojos bien abiertos, incluso sobre los que nos rodeaban, para ver que no sean terroristas”.

–¿Qué cree que quería decir con eso de que nos ‘rodeaban’?

–Que estemos atentos, tal vez de los amigos, de las familias, para saber si había algo raro. Nosotros tomamos eso como un acto de “fortalecimiento”, desde el punto de vista de lo que ellos querían de nosotros.

El 24 de marzo de 1976 Radice llevaba menos de un mes en la colimba. Y todavía no había salido de franco. “Cuando pasó lo que pasó –dijo– nosotros no sabíamos nada. Nos hicieron esperar en columnas de tres camiones. Estuvimos así desde las 8 de la noche hasta las 3 de la mañana. Eramos diez por camión. Y nos llevaron a la Municipalidad de Tres de Febrero que estaba vacía, como destino provisorio. Nos quedamos una semana y media, en carpas y bolsas de dormir siempre esperando instrucciones y algo supimos de lo que estaba pasando porque uno de los soldados llevó su portátil”.

Entonces contó a la sala algo de esos primeros días de operativos. Recortes de imágenes. Pedazos de noches a los que los testigos aún van poniéndoles formas. “El grupo de tareas al que yo pertenecía salió a patrullar en las calles de Tres de Febrero y hacíamos controles de ruta. Durante el lapso nunca hubo nada raro. Salimos tres horas, descansábamos una hora y media, y volvíamos a salir tres horas más. Y así, tres veces al día”.

Cuando terminó el período en Tres de Febrero, la dinámica se repitió en la jurisdicción del Colegio Militar ubicado en Palomar. En 1983, Radice habló de un episodio que en la audiencia no recordó. El fiscal Marcelo García Berro pidió al presidente del tribunal autorización para leerle un fragmento de esa declaración. Diego Barroetaveña aceptó. Buscó el texto. Radice contaba que participaron de un “allanamiento” en un domicilio del Gran Buenos Aires. Y cómo se llevaron a una persona. Terminada la lectura le mostraron las hojas. Radice reconoció su firma. Y dijo: “Si lo firmé, debe haber sido así”. No hubo mucho más sobre aquel recuerdo. Tres camiones atrás de un Jeep en el que siempre iban los oficiales. Un procedimiento que se hacía todas las noches, de 23 a 6 de la mañana, en turnos de tres horas y para los cuales dormían hasta el mediodía siguiente. ¿Hora exacta de ese “allanamiento”? ¿Lugar?, le preguntaron. ¿Quién estaba a cargo del operativo? ¿Cómo era la persona? Insistieron, pero nada sobre un dato que, seguro, alguien espera en otro lugar.

“Lo que puedo decir, si sirve...”, agregó. Llonto dijo: “Todo sirve”. Y él continuó: “Me acuerdo de un patrullaje hasta la zona del Hospital Posadas. La patrulla paró lejos. Pero lo tengo muy claro. Incautaron papeles y subieron a personas que supuestamente asocié que serían médicos porque usaban guardapolvo”.

Durante la audiencia también declaró Jorge Luis Hillel, otro colimba de 1976, con quien Steimberg pasó su ultimo día de guardia y quien estuvo directamente bajo las ordenes del imputado que estuvo en la sala.

De pronto sonó el teléfono de Hillel. Era la tercera vez que lo llamaban. La primera no atendió. La segunda atendió y cortó mientras el juez le pedía que lo apague tranquilo. Hillel en 1983 había dicho que en el Colegio Militar se decía que a Steimberg lo habían desaparecido. Un defensor le preguntó si alguna vez escuchó la palabra desertor en el caso de Steimberg dentro del Colegio Militar. Dijo que no. Ahí sonó por tercera vez el teléfono que, después de todo, no pudo apagar.